Del Perdón al amor

"No se les puede negar el perdón de Dios, sobre todo cuando se acude de manera sincera al Sacramento de la Confesión para lograr la reconciliación con el Padre" (Papa Francisco).

Como cristianos sabemos que es uno de los retos más difíciles y a su vez uno de los más importantes. El Papa Francisco hizo énfasis en el perdón misericordioso de Dios en su Bula de Convocación Misericordiae Vultus (el rostro de la misericordia).

La Iglesia Católica le ha dado al Jubileo un significado más espiritual. Consiste en un perdón general, una indulgencia abierta a todos, y en la posibilidad de renovar la relación con Dios y con el prójimo. De este modo, el Año Santo es siempre una oportunidad para profundizar la fe y vivir con un compromiso renovado el testimonio cristiano. Con el Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco pone al centro de la atención el Dios misericordioso que invita a todos a volver a su lado. El encuentro con Dios inspira la virtud de la misericordia.

El Jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia. En el Año Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección(cfr Mt 5,48), pero sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona.

No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado.

El perdón es una fuente de energía positiva, sanadora, y crea¬dora. Es el medio que Dios nos ha dejado para volver a una vida plena, a disfrutar de la vida. Perdonar es el regalo más grande que podemos dar y que debemos darnos. Es una nueva oportunidad de vivir y que los demás vivan. Es luchar por un mejor futuro esperando que sanen las heridas del pasado, es creer todavía en la luz aun que nos haya tocado sufrir noches oscuras.

El perdón es la puerta que nos abrirá nuevas dimensiones de paz, salud y alegría. Perdonar es una meta muy grande, pero no imposible. Perdonar y amar es un proyecto para toda la vida. Comencemos ahora, no sea que al fin fe nuestra vida estemos con las manos vacías. Recuerda que el examen final de nuestra vida será sobre el amor.

Amadísimos hermanos y hermanas, debemos experimentar personalmente esta misericordia, si queremos ser también nosotros compasivos y misericordiosos. ¡Aprendamos a perdonar! Sólo el milagro del perdón puede interrumpir la espiral del odio y la violencia, que ensangrienta el camino de tantas personas y de tantas naciones en el mundo actual.

Oración por los enemigos

Dios mío, yo perdono de todo corazón a todos mis
enemigos por el mal que me han hecho y el que han
querido hacerme, así como deseo que Tú me
perdones, y que ellos mismos me perdonen lo que
yo haya podido hacer en contra de ellos. Si los has
enviado a mi paso como una prueba, que se cumpla
Tú voluntad Señor.
Desvía de mí, Dios mío, la idea de maldecirles y todo
deseo malévolo contra ellos. Has que yo no
experimente ninguna alegría por las desgracias que
puedan tener, ni pena por los bienes que puedan
concedérseles, con el fin de no manchar mi alma con
pensamientos indignos de un cristiano. Señor, que
Tú bondad se extienda sobre ellos y les inspires
buenos sentimientos hacia mí.
Atrae hacia mí el olvido del mal y el recuerdo del
bien. Que ni el odio, ni el rencor, ni el deseo de
volverle mal por mal, entren en mi corazón, porque
el odio y la venganza sólo pertenecen a los espíritus
malos. Por el contrario, que les tienda
fraternalmente la mano a mis enemigos y a
socorrerles si me es posible en lo que pueda. Amén.

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