
Por el Padre Jorge Kosicki, C.S.B.
¿No pudieron permanecer despiertos conmigo ni una hora? Estén despiertos y orando, para que no caigan en tentación (Mateo 26, 40-41)
Existen diferentes formas para "pasar una hora" con el Señor. Una de las más poderosas y fructuosas formas es permanecer una hora en presencia del Santísimo Sacramento: El mismo Cristo, el único que por Sí Mismo es Santo.
También hay diferentes formas de llevar a cabo una Hora Santa: se puede hacer oración, solo o en compañía de otros, ante Jesús en el tabernáculo: también se puede orar en presencia del Santísimo Sacramento expuesto, en privado o en un acto litúrgico presidido por un sacerdote o un diácono.
La enseñanza de la Iglesia sobre la adoración del Santísimo Sacramento
La Iglesia alienta fuertemente la devoción, tanto privada como pública, hacia la Eucaristía y nos enseña que la oración ante el Señor, sacramentalmente presente en la Eucaristía "prolonga la unión con Cristo que los fieles han recibido en la Santa Comunión." Los ayuda a vivir de una forma más cristiana, tratando de "mantener en sus vidas lo que han recibido a través de la fe y los sacramentos" (Los Ritos de la Iglesia Católica).
Durante los momentos de la adoración pública, cuando el Santísimo Sacramento está expuesto por un sacerdote o por un diácono, "debe haber oraciones, cantos y lecturas para dirigir a los fieles a la adoración del Señor, para alentar un espíritu de oración. Debe haber lecturas de la Sagrada Escritura con una meditación o breve exhortación para desarrollar un mejor entendimiento del misterio eucarístico. También es deseable que la gente responda a la Palabra de Dios cantando, y pasando períodos en silencio religioso. Parte de la Liturgia de las Horas puede ser celebrada para continuar la alabanza y la acción de gracias de la Santa Misa.
Los elementos de la oración, la Palabra Divina, la alabanza y el silencio, son una parte integral de la adoración pública. Todos los elementos de la adoración pública deben reconocer la maravillosa presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento y fomentar la adoración que se debe a Cristo en espíritu y verdad. Dicha adoración pública del Santísimo Sacramento debe expresar claramente su relación con la Santa Misa" (Los Ritos de la Iglesia Católica).
Adoración privada
Además de estos momentos de adoración pública, podemos cada uno de nosotros, tan frecuentemente como sea posible de acuerdo a nuestros horarios y circunstancias personales, obtener un gran alimento espiritual de los momentos de adoración personal.
El elemento que se debe reconocer como más importante al hacer una Hora Santa privada es que usted no debe hacer nada. No tiene que decir ninguna oración, ni leer, cantar o ninguna otra cosa. Todo lo que se tiene que hacer es estar presente ante Aquel que está presente ante usted.
Ciertamente, la presencia corporal es un primer paso, algunas veces eso es todo lo que somos capaces, pero también debemos tratar de estar presentes con nuestros corazones. Esto significa tener una conciencia amorosa para reconocer Quien está presente. Muchas veces, necesitamos estar silenciosamente presentes... sin analizar, pensar o decir oraciones con nuestros labios.
Incluso, unos cortos momentos de esta presencia silenciosa ante el Señor es un precioso tesoro, ya que es en este silencio cuando el Señor habla con nosotros.
Mientras permanecemos en silencio ante el Señor, somos irradiados por Su presencia eucarística. Todos necesitamos de esta "terapia de radiación" y para recibirla sólo necesitamos estar presentes; a ejemplo de un baño de sol, en el que sólo necesitamos estar presentes ante la radiación ultravioleta del sol.
Especialmente en nuestra época, la cual está tan severamente bombardeada con palabras materiales de lectura, radio, grabaciones de audio, videos y televisión, todos necesitamos tiempo para escuchar al Señor, Quien habla en un idioma muy especial llamado silencio.
Sor Faustina bellamente describe sus largas y silenciosas "conversaciones" con el Señor:
El silencio es un lenguaje tan poderoso que alcanza el trono del Dios viviente. El silencio es Su lenguaje, aunque misterioso, pero poderoso y vivo (Diario, 888).
Te hablo de todo, Señor, callando, porque el lenguaje del amor es sin palabras... (Diario, 1489).
Como Santa Faustina, todos nosotros necesitamos tener momentos de silencio en la presencia eucarística del Señor, para dejarlo entrar en nosotros con Su amor misericordioso y cicatrizante. También necesitamos estos momentos de presencia silenciosa para amarlo y hacer contrición de nuestros pecados y los del mundo entero. Esta es una poderosa y efectiva forma de agradecerle por Su regalo de misericordia hacia nosotros y al mismo tiempo, de "ser misericordiosos con Él" ya que el Señor continúa sufriendo en Su Cuerpo, la Iglesia.
¿Qué pasa con las distracciones?
Siempre que usted venga a la presencia eucarística del Señor y encuentre que está distraído y ansioso por diversos problemas en su vida, puede iniciar un tiempo de oración con una letanía de misericordia como una forma de eliminar todos esos pensamientos.
¿Cómo? Déjeme sugerirle un método que me ha ayudado. Simplemente empiece por pedirle al Espíritu Santo que rece con usted, y después responda a cada una de las distracciones y ansiedades, de cualquier procedencia, con oraciones cortas como: "Jesús, ten misericordia" o "Jesús, en Ti confío."
Imagine que cada una de estas distracciones, ansiedades, miedos o heridas es una resbalada en un parque de diversiones. Proyecte en su mente una por una las "resbaladas", rece una pequeña oración y pase a la siguiente. Usted se sorprenderá cuando, de repente, haya pasado por todas las resbaladas y esté en paz en presencia del Señor.
¿Cómo se termina una Hora Santa?
Una buena manera de terminar una Hora Santa es agradeciendo al Señor. Agradecerle por Su presencia, por Su amor, por todo lo que Él ha hecho y hará en su vida. Usted puede recordar y agradecerle por las gracias específicas o resoluciones que ha recibido durante la hora. Entonces, otra vez, exprese su adoración con todo su cuerpo y alma, y renueve su compromiso de tratar de vivir cada momento de su vida de manera que sea un signo viviente de Su presencia, de Su misericordia para el mundo.