
"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, para librarnos de la ley del pecado, y hacernos hijos adoptivos de Dios." (Ga 4, 4-5)
El título "Madre de Dios" expresa muy bien la misión de María en la historia de la salvación. De hecho, de él dependen todos los demás títulos, cualidades y privilegios que Ella tiene, por lo que es el principal, el más importante y el más antiguo nombramiento de la Santísima Virgen. Los que tenemos un mismo Padre por la fe, y así formamos una única familia, hemos recibido también una madre en común: María. Ella es la Madre que Jesús quiso compartir con nosotros pues lo recibió todo de Dios y en Dios. Así le hizo saber a Santa Faustina y lo describe: "Entonces vi a la Santísima Virgen, indeciblemente bella, que se acercó a mí, del altar a mi reclinatorio y me abrazó y me dijo estas palabras: Soy Madre de todos gracias a la insondable misericordia de Dios." (Diario, 449)
En el misterio de la maternidad divina, María es enaltecida sobre todas las demás criaturas y colocada en una relación vital y única con la Santísima Trinidad, que la escogió con preferencia y la colmó de gracia. Estos privilegios le fueron concedidos para que estuviera más cerca de nosotros, pues al estar enteramente con Dios, también se encuentra muy cerca de nosotros, dispuesta a atendernos como buena madre. Queda claro que el Señor ha querido darnos una madre espiritual para que en nuestra vida cristiana no falte una figura materna y a la vez experimentemos en Ella ese signo femenino de la ternura y la Misericordia de Dios. En la Palabra de Dios vemos claramente la actitud de madre de María y su necesidad incontenible de ayudarnos e interceder por nosotros. Vale la pena destacar esa solidaridad que siempre es capaz de compadecerse de nuestros problemas, humillaciones y fracasos, pues Jesús nos la entregó para que con su fuerza materna nos alivie y acompañe.
En realidad, cuando invocamos a María, cuando pedimos su auxilio y confi amos en su intercesión, estamos recurriendo a un hermoso modo de honrar al Señor, porque reconocemos el poder de Dios que se manifiesta en Ella, su criatura amada. Definitivamente, que al advertir la grandeza de que nuestra Madre del Cielo es también la Madre de Dios, debe surgir en nuestros corazones una oración de alabanza y un amor agradecido al único Dios, Uno y Trino. Al comienzo de este nuevo año, pedimos a Jesús, Divina Misericordia, nos ayude a valorar la inigualable belleza de María Santísima y el tesoro de su maternal protección. Que como hermanos, hijos suyos y del Padre, obtengamos de su Corazón Inmaculado la dicha de mantenernos unidos, firmes en el camino de la fe, la esperanza y la caridad.
"Yo no soy no sólo la Reina del Cielo, sino también la Madre de la Misericordia y tu Madre." (Diario, 330)
Naida Costa Marcucci es Promotora y Coordinadora de la Divina Misericordia en la Diócesis de Ponce, Puerto Rico.